fuente: http://cultura.elpais.com/
Ante una audiencia nutrida de filólogos que buscan referencias para
el futuro, y bajo dos vidrieras que ensalzan la Elocuencia y la Poesía, Jean Pruvost, catedrático de la Universidad de Cergy-Pontoise (Francia), resumió casi con lirismo lo que unos y otros reiterarían en sus disertaciones en el simposio sobre el futuro de los diccionarios organizado por la RAE: “Un diccionario no pierde el alma si mantiene la explicación semántica y añade otras referencias enciclopédicas”.
Imágenes, sonidos, videos, enlaces y todo el arsenal multimedia posible ayudan a enriquecer las obras que se consulten en línea sin que por ello se desvirtúe el rigor lingüístico. Si los diccionarios quieren ser alguien en la Red tendrán que mudar la piel. “Hay un cambio completo de paradigma. Hay que repensar el diccionario como herramienta y su papel como proveedor de información. Ha llegado la hora de preguntarse cuál será la fórmula futura olvidando el formato papel”, planteó Laurent Catach, director de ediciones digitales del francés Le Robert.
La hora también ha llegado para la RAE, justo ahora que acaba de poner en la calle su 23ª edición impresa del Diccionario de la lengua española —con una tirada inicial de 100.000 ejemplares— y que, como es tradición en la casa, deberían arrancar los trabajos para la 24ª. Pero hasta aquí la era Gutenberg. Dado que la digital tiene aún muchos aspectos desconocidos, la institución invitó a especialistas europeos a poner en común sus experiencias en un simposio que finaliza hoy.
“Necesitamos cierto periodo de reflexión porque la tecnología está modificando la relación de las personas con la lengua”, señaló Darío Villanueva, secretario de la Academia.
Entre tanta incertidumbre —cómo será el producto y, sobre todo, cómo se financiará—, Villanueva tiene algo claro: la hegemonía impresa ha muerto. “El Diccionario será concebido y elaborado sobre una base digital, del que habrá ediciones en papel. El orden de los factores será distinto. El libro seguirá existiendo pero este seminario nos ayudará a pensar en ese Diccionario refundado sobre la base digital”.
Hasta ahora los productos virtuales emulaban, más o menos, el formato
impreso. Un tránsito que ha servido para ir tirando unos años (las
versiones digitales comenzaron alrededor del 2000, aunque antes se
experimentó con otros formatos electrónicos como el CD-Rom) pero los
expertos consideran que se ha agotado. Michael Proffitt, director del Oxford English Dictionary,
explicó ayer que en 2010 lanzaron una nueva plataforma que ha
enriquecido el contenido digital con audios —se incluyen pronunciaciones
inglesa y americana—, enlaces a contenidos relacionados, etimologías,
información ortográfica e histórica o animaciones virtuales. En breve se
incorporarán infografías.
En la Red no hay límites. El DRAE recoge 93.000 entradas, pero su equivalente virtual podría tener otras descartadas por exigencias de espacio y no por consideraciones lexicográficas. Pruvost alertó sobre el riesgo para las obras de referencias si no aceptan las reglas del juego virtual. “El usuario quiere aprovechar las ventajas de la informática y no está de acuerdo con que no se le ofrezca el confort de las nuevas herramientas. Puede ocurrir que se alejen de diccionarios de gran valor en beneficio de rápidos motores de búsqueda”, señaló. “Profesores que antes usaban obras de referencia en papel se van ahora a la Wikipedia”, agregó Catach.
Casi todos los expertos coinciden en el diseño del nuevo traje digital, pero también en la incertidumbre sobre la rentabilización del negocio en Internet. Le Robert, por ejemplo, cobra por sus productos, mientras que el Oxford tiene contenidos abiertos y otros de pago. El DRAE se ofrece gratis en la Red. Es una de las razones que explica el desplome en las ventas de enciclopedias y diccionarios, no la única. Miguel Barrero, director general de negocios digitales de Santillana, describió la complejidad del escenario: “El sector lexicográfico está sufriendo una tormenta perfecta: crisis económica, migración a lo digital y gratuidad en las consultas”. No todo es pesimismo para Barrero: “Nunca ha habido tantas oportunidades de prestar un servicio de lexicografía como ahora, que las consultas se embeben en numerosos actos digitales”.
Imágenes, sonidos, videos, enlaces y todo el arsenal multimedia posible ayudan a enriquecer las obras que se consulten en línea sin que por ello se desvirtúe el rigor lingüístico. Si los diccionarios quieren ser alguien en la Red tendrán que mudar la piel. “Hay un cambio completo de paradigma. Hay que repensar el diccionario como herramienta y su papel como proveedor de información. Ha llegado la hora de preguntarse cuál será la fórmula futura olvidando el formato papel”, planteó Laurent Catach, director de ediciones digitales del francés Le Robert.
La hora también ha llegado para la RAE, justo ahora que acaba de poner en la calle su 23ª edición impresa del Diccionario de la lengua española —con una tirada inicial de 100.000 ejemplares— y que, como es tradición en la casa, deberían arrancar los trabajos para la 24ª. Pero hasta aquí la era Gutenberg. Dado que la digital tiene aún muchos aspectos desconocidos, la institución invitó a especialistas europeos a poner en común sus experiencias en un simposio que finaliza hoy.
“Necesitamos cierto periodo de reflexión porque la tecnología está modificando la relación de las personas con la lengua”, señaló Darío Villanueva, secretario de la Academia.
Entre tanta incertidumbre —cómo será el producto y, sobre todo, cómo se financiará—, Villanueva tiene algo claro: la hegemonía impresa ha muerto. “El Diccionario será concebido y elaborado sobre una base digital, del que habrá ediciones en papel. El orden de los factores será distinto. El libro seguirá existiendo pero este seminario nos ayudará a pensar en ese Diccionario refundado sobre la base digital”.
En la Red no hay límites. El DRAE recoge 93.000 entradas, pero su equivalente virtual podría tener otras descartadas por exigencias de espacio y no por consideraciones lexicográficas. Pruvost alertó sobre el riesgo para las obras de referencias si no aceptan las reglas del juego virtual. “El usuario quiere aprovechar las ventajas de la informática y no está de acuerdo con que no se le ofrezca el confort de las nuevas herramientas. Puede ocurrir que se alejen de diccionarios de gran valor en beneficio de rápidos motores de búsqueda”, señaló. “Profesores que antes usaban obras de referencia en papel se van ahora a la Wikipedia”, agregó Catach.
Casi todos los expertos coinciden en el diseño del nuevo traje digital, pero también en la incertidumbre sobre la rentabilización del negocio en Internet. Le Robert, por ejemplo, cobra por sus productos, mientras que el Oxford tiene contenidos abiertos y otros de pago. El DRAE se ofrece gratis en la Red. Es una de las razones que explica el desplome en las ventas de enciclopedias y diccionarios, no la única. Miguel Barrero, director general de negocios digitales de Santillana, describió la complejidad del escenario: “El sector lexicográfico está sufriendo una tormenta perfecta: crisis económica, migración a lo digital y gratuidad en las consultas”. No todo es pesimismo para Barrero: “Nunca ha habido tantas oportunidades de prestar un servicio de lexicografía como ahora, que las consultas se embeben en numerosos actos digitales”.
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