fuente: http://www.eltiempo.com/
por: GUILLERMO TUPPER - El Mercurio - Santiago (Chile).
por: GUILLERMO TUPPER - El Mercurio - Santiago (Chile).
Científicos creen que niños nacidos después del 2000 en países desarrollados serán más longevos.
En 1990, el genetista
Gordon Lithgow trabajaba en una compañía farmacéutica en Suiza cuando
leyó un documento que le cambió la vida. Era una investigación del
laboratorio de Tom Johnson en la Universidad de Colorado que mostraba
que la mutación en uno de los genes de los gusanos, el Age-1, aumentaba
su esperanza de vida en más de un 50 por ciento. “Me fui a trabajar a su
laboratorio por unos pocos años, antes de formar mi propio laboratorio
en Inglaterra”, cuenta. “Era muy emocionante ser uno de los pocos
lugares en el mundo que estudiaban las genéticas del envejecimiento”.
A comienzos de la década pasada, Lithgow
siguió los pasos de su esposa estadounidense –una destacada profesora e
investigadora del mal de Parkinson– y se trasladó al Instituto Buck de
California, la primera instalación privada e independiente dedicada a la
investigación sobre la esperanza de vida de los seres humanos. Desde
1999, sus científicos y doctores han estudiado diversas formas para
mejorar y extender las expectativas de salud. Sus estudios han sido
aplicados en hongos unicelulares, nematodos y moscas de la fruta,
organismos que tienen mucho en común con la biología del ser humano.
“Estamos bastante seguros de que los factores que causan el rápido
envejecimiento de estos organismos son compartidos con los humanos”,
dice Lithgow.
Junto con un puñado de instituciones
norteamericanas, los descubrimientos de Buck lideran el campo de la
‘gerociencia’, la ciencia que describe la relación entre la vejez y las
enfermedades crónicas.
Desde inicios del siglo XIX, la esperanza de
vida del ser humano ha aumentado tres meses por cada año de nacimiento, y
estos niveles se han mantenido inalterables en todas partes del mundo, a
pesar de las guerras y el brote de enfermedades. A finales de este
siglo, las personas que tienen 100 años podrían ser la norma y no
rarezas que acaparan titulares en la prensa.
Los números son claros: según un reciente
artículo de la revista The Atlantic, en 1840 las mujeres en Suecia
vivían en promedio 45 años; hoy su esperanza de vida es de 83. La
tendencia se repite en Estados Unidos. A comienzos del siglo XX, las
expectativas de vida eran de 47 años. Hoy se espera que los recién
nacidos vivan 79. Si consideramos que cada año este número crece tres
meses, para mediados de este siglo el promedio escalará a 88 años. A
finales de siglo viviremos 100 años y a nadie le parecerá extraño.
¿Cómo se explica este continuo incremento de
nuestra línea de vida? Según James Vaupel, el fundador del Instituto Max
Planck de Investigación Demográfica en Alemania, esto se debe a dos
factores principales. “El primero es el aumento en los estándares de
vida, que incluye medioambientes más saludables, una mejor nutrición,
aire y agua más limpios y una mejor educación”, afirma. “Y el segundo
factor es la mejoría en la salud pública, las intervenciones médicas y
los tratamientos de enfermedades”.
El pronóstico de Vaupel es que la mayoría de
los niños nacidos después del año 2000 en países con altas expectativas
de vida vivirán para celebrar su cumpleaños número 100. Esto no
significa solamente que vivirán más tiempo; también implica que lo harán
más sanos. “La noción de la tercera edad va a tener que ser repensada”,
afirma. “Las personas que hoy tienen 75 años son casi tan saludables
como las que tenían 65 hace medio siglo. (En el futuro) la gente estará
capacitada para trabajar a edades avanzadas, y la mayoría va a hacerlo
para contribuir a su entorno y mantenerse activos”.
Menos calorías, más vida
¿Es posible pronosticar cuántos años vamos a
vivir? La respuesta depende de nosotros mucho más de lo que creemos.
Según el doctor Brian Kennedy, director ejecutivo del Instituto Buck,
nuestra dieta alimentaria tiene un impacto directo en enfermedades del
corazón y el riesgo de tener diabetes o cáncer. Pero también puede jugar
un rol determinante para lograr una vejez saludable. “Una reducción de
las calorías, sin que eso signifique la malnutrición, puede extender la
línea de vida y la vida sana en todos, desde hongos a primates”, afirma.
Actualmente, el Instituto Buck trata de
entender los mecanismos mediante los cuales la reducción de calorías
puede ser beneficiosa para el envejecimiento. Una estrategia es apuntar
directamente a las secuencias metabólicas con el uso de drogas. Aquí es
donde aparece el Rapamycin, una droga inmunosupresora que suele ser
utilizada para prevenir el rechazo de órganos trasplantados y
tratamientos contra el cáncer. “La sustancia está siendo estudiada
ampliamente en el campo del envejecimiento y se ha demostrado que
extiende la vida de los ratones en un 30 por ciento. Pero lo que más nos
entusiasma es su habilidad para aumentar la vida saludable”, dice
Kennedy.
Pese a los avances, la posibilidad de aplicar
esta sustancia a seres humanos todavía se ve lejana. “Hay un dilema con
el Rapamycin y es que puede tener efectos secundarios, especialmente si
se usa por un tiempo prolongado”, dice Kennedy. “El más común es una
disminución en la tolerancia a la glucosa y una insensibilidad creciente
a la insulina. Tomar la droga puede conducir a la diabetes”.
El Instituto Buck no está solo en esta misión.
En septiembre pasado, los científicos de la Universidad de California
en Los Angeles (Ucla) identificaron un gen que puede retrasar el proceso
de envejecimiento a lo largo de todo el cuerpo. Trabajando con moscas
de la fruta, los científicos activaron un gen llamado AMPK –un sensor de
energía clave en las células– y, al aumentar su cantidad en los
intestinos de los insectos, lograron alargar su vida en un 30 por
ciento, además de mejorar su salud.
En paralelo, el Centro de Salud Cerebral de la
Universidad de Texas (Dallas) está centrado en promover la resiliencia
cerebral e inducir la reparación cognitiva y psicológica del cerebro en
los adultos mayores. “En las personas que tienen más de 50 años, el
‘permanecer mentalmente en forma’ es la mayor prioridad y preocupación
en Estados Unidos”, dice la doctora Sandra Bond Chapman, directora y
fundadora de esta institución. Con el aumento de la esperanza de vida,
este segmento de la población requiere que su cerebro siga funcionando
en su punto más alto durante otro período largo. “Desafortunadamente, la
ciencia muestra que el declive cognitivo empieza a los 42 años. En
esencia, lo que nos preguntamos es cómo podemos extender la vida útil
del cerebro y emparejarla con la posibilidad de vivir más años”.
El mundo cambia
Considerando el declive de las tasas de
fertilidad, el retiro de los baby boomers y los avances científicos, el
número de los adultos mayores en Estados Unidos está destinado a seguir
creciendo. Y una sociedad donde la gente vive 100 años implica riesgos y
desafíos en todas las esferas. Si los pensionados están incapacitados y
demandan servicios cada vez más caros, los costos de salud se
dispararán a niveles nunca antes vistos.
El envejecimiento de la población es una
preocupación económica mayor en Estados Unidos. Los especialistas han
definido el fenómeno como el ‘Tsunami de plata’: de aquí al 2020, se
estima que más de un 25 por ciento de la fuerza laboral del país estará
integrada por trabajadores de más de 55 años. Por lo tanto, el gran
desafío que enfrentan los científicos es extender y mejorar sus niveles
de salud.
“Las personas mayores y sanas pueden seguir
trabajando, criar a sus nietos y proporcionar la sabiduría que solo
puede ofrecer la experiencia”, dice Kennedy. “Ciertamente, los cambios
demográficos globales ofrecen una ‘oportunidad dorada’, pero solo si
mejoramos nuestra vida útil. Una investigación exitosa sobre el
envejecimiento puede, literalmente, cambiar la plata en oro”.
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