fuente; excelsior.com.mx
La Política indiana publicada en 1647, del jurista español Juan de Solórzano y Pereyra (1575-1655), muestra las cicatrices que sus 368 años han provocado en su portada de piel y en sus páginas hechas con algodón, lino y cáñamo. Pero aún goza de buena salud: sus guardas, nervios y costuras aún funcionan y su contenido puede leerse.
Con su marca de fuego que indica que proviene del Convento Grande de San Francisco, donde estuvo durante la Colonia hasta que la ley de desamotización de los bienes de la Iglesia lo incorporó a este acervo, el volumen es uno de los tesoros que han sido mantenidos con vida en el Departamento de Conservación y Restauración de la Biblioteca Nacional que custodia la UNAM.
“El libro no es un objeto de museo que sólo está exhibido y nadie toca, está vivo, se tiene que poder consultar. Hay que abrirlo, hojearlo, debe funcionar”, explica Adriana Gómez Llorente, jefa del Departamento de Conservación y Restauración de la Biblioteca Nacional, creado con esa jerarquía en 2011.
La licenciada en Restauración de Bienes Muebles comenta, durante un recorrido por el laboratorio ubicado en el sótano de la Biblioteca Nacional, donde siete técnicos realizan cotidianamente el milagro de “volver a la vida” a estos seres de papel, que se busca darles funcionalidad, unidad y dignidad.
“No queremos que se vean como nuevos”, aclara tajante. “Trabajamos con el criterio de mínima intervención y máxima estabilización. La restauración se entiende como una reparación y es como un tratamiento ético, de doctor. Necesitas saber que estás trabajando con un objeto cultural que tiene 400 años de historia. Y debes respetar que ha vivido todos estos años y tiene marcas.
Por estas razones, destaca que no sólo trabajan con el fondo de libros antiguos, sino también con los volúmenes contemporáneos, los que ingresan diariamente y necesitan limpieza y estabilización.
“Todo es patrimonio nacional y para nosotros tienen la misma importancia. Y los atendemos dependiendo de las características de los libros y las prioridades”, narra mientras observa a sus técnicos, que ponen excesivo cuidado a cada detalle, sabedores que atienden a seres frágiles.
Gómez Llorente admite que trabajan un porcentaje bajo de restauración. “Tenemos las tres líneas de acción: la preservación, la conservación y la restauración. La diferencia es que la conservación se enfoca en las causas, en prevenir lo que va a pasar, y esto incluye tener limpio el lugar, que los bibliotecarios acomoden bien el material, que la humedad esté controlada, que no haya ventanales que permitan mucha entrada de polvo y luz. Y la restauración se enfoca en el deterioro que ya pasó, por eso es importante prevenir. La restauración no es para siempre”.
Señala que existe un Comité de Conservación, Encuadernación y Restauración de la Biblioteca Nacional que decide el libro, la colección o el proyecto que se atenderá. Y que el área que coordina complementa la labor de los departamentos de Adquisiciones, de Formación de Colecciones e Inventario, de Catalogación, de Servicios de Información y el Fondo Reservado.
Dice que también se encargan de conservar el acervo de la Hemeroteca Nacional, de empastar y preservar los miles de periódicos que están abiertos a la consulta, lo que causa un mayor desgaste. Revisan entre 40 y 60 diarios cada dos meses.
La especialista en patrimonio documental asegura que este laboratorio es como un hospital general, al que los pacientes de papel llegan, el médico los revisa, ve sus antecedentes, “escucha lo que el libro transmite” y diagnostica qué es lo más urgente a atender.
La Política indiana publicada en 1647, del jurista español Juan de Solórzano y Pereyra (1575-1655), muestra las cicatrices que sus 368 años han provocado en su portada de piel y en sus páginas hechas con algodón, lino y cáñamo. Pero aún goza de buena salud: sus guardas, nervios y costuras aún funcionan y su contenido puede leerse.
Con su marca de fuego que indica que proviene del Convento Grande de San Francisco, donde estuvo durante la Colonia hasta que la ley de desamotización de los bienes de la Iglesia lo incorporó a este acervo, el volumen es uno de los tesoros que han sido mantenidos con vida en el Departamento de Conservación y Restauración de la Biblioteca Nacional que custodia la UNAM.
“El libro no es un objeto de museo que sólo está exhibido y nadie toca, está vivo, se tiene que poder consultar. Hay que abrirlo, hojearlo, debe funcionar”, explica Adriana Gómez Llorente, jefa del Departamento de Conservación y Restauración de la Biblioteca Nacional, creado con esa jerarquía en 2011.
La licenciada en Restauración de Bienes Muebles comenta, durante un recorrido por el laboratorio ubicado en el sótano de la Biblioteca Nacional, donde siete técnicos realizan cotidianamente el milagro de “volver a la vida” a estos seres de papel, que se busca darles funcionalidad, unidad y dignidad.
“No queremos que se vean como nuevos”, aclara tajante. “Trabajamos con el criterio de mínima intervención y máxima estabilización. La restauración se entiende como una reparación y es como un tratamiento ético, de doctor. Necesitas saber que estás trabajando con un objeto cultural que tiene 400 años de historia. Y debes respetar que ha vivido todos estos años y tiene marcas.
“Los libros antiguos prácticamente se cuidan solos. Poseen buenos materiales constitutivos, orgánicos, pieles, papeles de algodón y adhesivos derivados de animales y vegetales, que no se afectan ni se amarillean fácilmente”, añade.La promotora cultural ratifica sus argumentos mostrando tres libros: uno publicado en 1647 y otro en 1882, ambos hechos a mano, que aún conservan sus páginas blancas; y uno más de 1950, ya impreso a máquina en serie, cuyo papel ha sido elaborado con pulpa de madera y una pasta mecánica, que está totalmente amarillo.
Por estas razones, destaca que no sólo trabajan con el fondo de libros antiguos, sino también con los volúmenes contemporáneos, los que ingresan diariamente y necesitan limpieza y estabilización.
“Todo es patrimonio nacional y para nosotros tienen la misma importancia. Y los atendemos dependiendo de las características de los libros y las prioridades”, narra mientras observa a sus técnicos, que ponen excesivo cuidado a cada detalle, sabedores que atienden a seres frágiles.
Gómez Llorente admite que trabajan un porcentaje bajo de restauración. “Tenemos las tres líneas de acción: la preservación, la conservación y la restauración. La diferencia es que la conservación se enfoca en las causas, en prevenir lo que va a pasar, y esto incluye tener limpio el lugar, que los bibliotecarios acomoden bien el material, que la humedad esté controlada, que no haya ventanales que permitan mucha entrada de polvo y luz. Y la restauración se enfoca en el deterioro que ya pasó, por eso es importante prevenir. La restauración no es para siempre”.
Señala que existe un Comité de Conservación, Encuadernación y Restauración de la Biblioteca Nacional que decide el libro, la colección o el proyecto que se atenderá. Y que el área que coordina complementa la labor de los departamentos de Adquisiciones, de Formación de Colecciones e Inventario, de Catalogación, de Servicios de Información y el Fondo Reservado.
“Tenemos varias vertientes de trabajo: un poco por demanda, lo que va surgiendo día con día, por proyecto o se hace un plan anual. El comité toma las decisiones administrativas de conservación o preservación de los volúmenes. Pero también otras prioridades, como a qué depósitos hay que cambiarles las luminarias, hacer un proyecto de limpieza o tapiar ventanales. Se deciden todas las necesidades de la biblioteca”, agrega.
Dice que también se encargan de conservar el acervo de la Hemeroteca Nacional, de empastar y preservar los miles de periódicos que están abiertos a la consulta, lo que causa un mayor desgaste. Revisan entre 40 y 60 diarios cada dos meses.
La especialista en patrimonio documental asegura que este laboratorio es como un hospital general, al que los pacientes de papel llegan, el médico los revisa, ve sus antecedentes, “escucha lo que el libro transmite” y diagnostica qué es lo más urgente a atender.
“Aquí hacemos desde cirugías a corazón abierto, terapias intensivas y consultas cotidianas. Para un doctor, todos sus pacientes son fundamentales, sin importar la edad que tengan”, concluye.La historia de la encuadernación es otro de los aspectos que procuran que no se pierda. Es decir, cuando una publicación antigua debe ser intervenida drásticamente, sus componentes o pedazos, hilos, cuerdas, guardas, lomos o cabezadas se conservan en una caja, que siempre está al lado del libro intervenido, “para que las nuevas generaciones conozcan ese proceso. Eso es lo que nos da nuestro carácter universitario”.
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