fuente: elsiglo.com.ve
No todo son buenas noticias para la industria tecnológica. Hay que hacer una importante advertencia en torno a la Generación Y. Alcanzaron la mayoría de edad durante la que posiblemente sea la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, y como incontables generaciones antes que ellos, esto ha tenido un importante impacto sobre sus perspectivas.
Se trata de una generación con niveles sin precedentes de deuda por los estudios, y que afronta un panorama laboral muy alterado por las propias tecnologías móviles que han adoptado con tanto entusiasmo.
El fuerte descenso del empleo industrial en EEUU antes canalizaba trabajadores al sector de los servicios, que ahora se ven abocados a lo que Danah Boyd, una investigadora de Microsoft Research, denomina un “mercado laboral fragmentado”, encarnado por firmas como Uber, Lyft, Instacart, TaskRabbit y grupos similares.
El resultado es que muchos de los comportamientos relacionados con la tecnología que asociamos a la Generación del Milenio -el contacto a través de las redes sociales y no en la vida real, la compra de smartphones en lugar de coches- deberían considerarse formas de adaptación a circunstancias económicas difíciles aparte de achacarse a la adopción de lo más nuevo, expone la Dra. Boyd.
“Una cosa que aprendí de los jóvenes es que preferirían relacionarse en persona, pero existen muchos factores limitadores que lo hacen extremadamente difícil”, asegura la Dra. Boyd, que dedicó una década a estudiar las vidas sociales de los adolescentes dentro y fuera de la red. “Esta cohorte no tiene un horario laboral uniforme que coincida con el de sus amigos”, añade.
No hay forma de saber cómo interactuará el aumento de los salarios y del poder adquisitivo natural del ciclo de la vida con la situación económica incierta de muchos milenarios.
Pero voy a hacer dos predicciones: muchos en esta generación ya emplean, y seguirán utilizando, una tecnología ajena a las normas culturales de sus padres, porque precisamente les ayuda a adaptarse al cambio en sus circunstancias económicas. No es muy difícil, por ejemplo, hacer cálculos que lleven a muchos habitantes de ciudades a concluir que compartir trayectos resulta mucho más asequible que tener un coche.
Mi segunda predicción: compañías como Apple que apuestan por que la tecnología tendrá cada vez más peso como medio de exhibición y seña social, paradójicamente, también tienen razón. A la desigualdad económica le acompaña el impulso demasiado humano de discernir entre lo necesario y lo prescindible, y la tecnología se ha convertido en algo lo suficientemente rutinario y generalizado como para ser aceptada.
Además, está el simple hecho de que la tecnología nueva (y aparentemente frívola) es divertida, y supone una distracción de la difícil realidad. “La tecnología se convierte en una válvula de escape”, señala la Dra. Boyd.
No todo son buenas noticias para la industria tecnológica. Hay que hacer una importante advertencia en torno a la Generación Y. Alcanzaron la mayoría de edad durante la que posiblemente sea la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, y como incontables generaciones antes que ellos, esto ha tenido un importante impacto sobre sus perspectivas.
Se trata de una generación con niveles sin precedentes de deuda por los estudios, y que afronta un panorama laboral muy alterado por las propias tecnologías móviles que han adoptado con tanto entusiasmo.
El fuerte descenso del empleo industrial en EEUU antes canalizaba trabajadores al sector de los servicios, que ahora se ven abocados a lo que Danah Boyd, una investigadora de Microsoft Research, denomina un “mercado laboral fragmentado”, encarnado por firmas como Uber, Lyft, Instacart, TaskRabbit y grupos similares.
El resultado es que muchos de los comportamientos relacionados con la tecnología que asociamos a la Generación del Milenio -el contacto a través de las redes sociales y no en la vida real, la compra de smartphones en lugar de coches- deberían considerarse formas de adaptación a circunstancias económicas difíciles aparte de achacarse a la adopción de lo más nuevo, expone la Dra. Boyd.
“Una cosa que aprendí de los jóvenes es que preferirían relacionarse en persona, pero existen muchos factores limitadores que lo hacen extremadamente difícil”, asegura la Dra. Boyd, que dedicó una década a estudiar las vidas sociales de los adolescentes dentro y fuera de la red. “Esta cohorte no tiene un horario laboral uniforme que coincida con el de sus amigos”, añade.
No hay forma de saber cómo interactuará el aumento de los salarios y del poder adquisitivo natural del ciclo de la vida con la situación económica incierta de muchos milenarios.
Pero voy a hacer dos predicciones: muchos en esta generación ya emplean, y seguirán utilizando, una tecnología ajena a las normas culturales de sus padres, porque precisamente les ayuda a adaptarse al cambio en sus circunstancias económicas. No es muy difícil, por ejemplo, hacer cálculos que lleven a muchos habitantes de ciudades a concluir que compartir trayectos resulta mucho más asequible que tener un coche.
Mi segunda predicción: compañías como Apple que apuestan por que la tecnología tendrá cada vez más peso como medio de exhibición y seña social, paradójicamente, también tienen razón. A la desigualdad económica le acompaña el impulso demasiado humano de discernir entre lo necesario y lo prescindible, y la tecnología se ha convertido en algo lo suficientemente rutinario y generalizado como para ser aceptada.
Además, está el simple hecho de que la tecnología nueva (y aparentemente frívola) es divertida, y supone una distracción de la difícil realidad. “La tecnología se convierte en una válvula de escape”, señala la Dra. Boyd.
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