fuente: http://www.abc.es/
Además de los borradores de la novela inédita de García
Márquez, el archivo incluye investigaciones para «El general en su
laberinto» (1989) y una copia mecanografiada y copiosamente marcada de «Crónica de una muerte anunciada».
«Yo no podía creer mi suerte de estar frente a todo aquello. Tenía la
sensación de estar espiando un poco, la indiscreción de estar viendo sus
borradores».
Gabriel García Márquez (1927-2014) tuvo formalmente prohibida la entrada en Estados Unidos durante varias décadas desde comienzos de los años 60 debido a su actividad «subversiva». En 1995, el presidente Bill Clinton decidió acabar con semejante despropósito cultural y concedió el visado al premio Nobel de Literatura, a quien definió como su «héroe literario» tras asegurar que «Cien años de soledad»
(publicada en 1967, durante el veto yanqui a Gabo) era su «novela
favorita». Pero ayer, apenas siete meses después de la muerte del escritor colombiano,
terminó de fraguarse su reconciliación con el país norteamericano, cuna
del imperialismo tantas veces criticado por el autor de «El general en su laberinto».
El Centro Harry Ransom, de la Universidad de Texas, anunció la adquisición del archivo personal de Gabriel García Márquez a través de un comunicado que no recogía el montante de la compra. El legado del Nobel, que abarca más de medio siglo, incluye manuscritos originales de diez libros,
desde «Cien años de soledad» y «El amor en los tiempos de cólera» a
«Memoria de mis putas tristes» o «En agosto nos vemos», su novela inédita;
una ingente correspondencia; borradores de su discurso al aceptar el
Nobel en 1982; más de 40 álbumes de fotografías personales; sus máquinas
de escribir Smith Corona y ordenadores; y recortes de prensa de todo el
mundo.
Gracias al acuerdo alcanzado con su familia, Gabo se codeará a partir de ahora en el Harry Ransom
con sus pares literarios, las grandes voces del siglo XX. Y es que el
centro de la Universidad de Texas custodia los legados de Jorge Luis Borges, James Joyce, William Faulkner, Virginia Woolf, Ernest Hemingway o David Foster Wallace, entre otros. «Durante el verano me pidieron que acompañara a Steve Enniss, director del centro, a Ciudad de México, donde vivía García Márquez y donde murió», cuenta en conversación telefónica José Montelongo, experto en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Texas.
Un «festín» para los investigadores
Una vez en México, acompañados de Mercedes, su viuda, y de
uno de sus hijos, Montelongo y Enniss pudieron constatar que se
encontraban ante una auténtica «joya». «Desde un punto de vista
literario el archivo es un festín para los investigadores y a nivel
personal habría que destacar el archivo fotográfico, que es muy amplio. Fue un autor muy querido. Sólo hay que ver cómo fue despedido en su muerte,
como si fuera una estrella de rock. No hay siquiera una sola figura de
la cultura popular que haya provocado eso. Los lectores se sentían
cercanos a su obra. Era una cosa extraordinaria».
Montelongo confirma a ABC que la única parte «restringida» del archivo será la novela inédita de Gabriel García Márquez.
«Dependerá de las restricciones que la familia ponga», ya que la viuda y
los herederos del Nobel aún no han decidido qué harán con «En agosto
nos vemos». En las diez versiones que el autor colombiano llegó a
realizar del libro «se ve la lucha respecto a la forma, la cadencia, el
vocabulario». Lo mismo sucede en el resto de manuscritos, hasta el punto
de que su estudio permitirá «ver la obra de García Márquez
como si fuera un gran poema, con sus decisiones, arrepentimientos, sus
tachones, la forma en que se edita a sí mismo... Los experimentos de un
creador de historias que hasta ahora no podíamos ver». Los
investigadores podrán, en definitiva, entrar en el laboratorio del gran alquimista de las letras
hispanas. De ahí la satisfacción de la familia de Gabo, «contenta de
que el archivo esté rodeado de un contexto latinoamericano».
La cuidadosa labor de su viuda
Montelongo reconoce que es una suerte que Mercedes se
encargara de ir guardando y ordenando los borradores de cada una de las
obras, «porque al propio García Márquez no le gustaba mucho que la gente pudiera ver su proceso creativo». De hecho, en 1983 el autor reconoció a la revista «Playboy» lo poco que le gustaba que los académicos rastrearan su trabajo: «Es como si te pillaran en ropa interior», dijo.
En el archivo no hay manuscritos anteriores a «Cien años de soledad»,
lo que demuestra, según Montelongo, que en aquella época el colombiano
«estaba más preocupado por la supervivencia que por la posteridad». De
esos años son muchas de las más de 2.000 cartas que contiene el archivo.
Entre los destinatarios estaban Carlos Fuentes, Milan Kundera, Graham
Greene, Julio Cortázar o Günter Grass. Un legado que, a juicio del
director del Centro Harry Ransom, sitúa a García Márquez al nivel de James Joyce.
Si bien el irlandés definió con su obra la literatura de la primera
parte del siglo XX, el colombiano hizo lo propio en la segunda mitad,
logrando como colofón el Premio Nobel en 1982.
Con estas credenciales y pese a desconocer la millonaria cifra que la Universidad de Texas habrá abonado
(pagó 2,5 millones de dólares por el archivo de Norman Mailer y dos por
el de Ian McEwan) a la familia de García Márquez, es evidente que quien
sale perdiendo es el mundo académico hispanoamericano. «En Estados
Unidos hay muchísimos fondos. Tampoco hay una gran tradición en España,
en el fondo las universidades americanas están más preparadas. Es el
destino natural de los archivos», remata Claudio López de Lamadrid, editor de García Márquez en España. Lo dice poco antes de viajar a México, donde el sábado comienza la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en la que Gabo (o al menos su legado) dará mucho que hablar.
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