fuente; web.clarin.com
Todo arranca con un sacudón. El cuerpo intenta mantener una posición cómoda, pero no hay caso. Como si fuera una función de teatro negro, aparece un fondo estrellado y se ve cómo la Tierra va quedando cada vez más lejos, chiquita, azul, ¿indefensa? El vértigo hunde el estómago y la cabeza empieza a moverse al ritmo de un camino que parece empedrado: en realidad, una especie de túnel por donde se viaja hacia el infinito y más allá. Al final se ve la luz y el recorrido termina con un espectáculo único. Saturno, con la belleza de sus anillos, desplegada en 3D. Bienvenidos a la NASA.
Las puertas de la nave de simulación se abren y, de nuevo en la Tierra, la sonrisa y los datos que comenta nuestro anfitrión Steven Goodwin en el Space Center (una suerte de Disneyworld espacial) son el aperitivo ideal para lo que viene después: una visita a la Agencia Espacial Estadounidense, la verdadera NASA, la del Hombre en la Luna; la del Curiosity, el robot en Marte; la que envía sondas, como la Voyager, a los confines del Sistema Solar. La de tantas fantasías en quienes creen que la exploración espacial es uno de los brazos, tal vez el más fuerte, de la ciencia del siglo XXI.
Viva estuvo en Houston, donde se están preparando y definiendo algunos de los detalles que harán posible el primer viaje tripulado a Marte. En uno de sus edificios, explica la especialista en relaciones públicas Meridyth Moore, desarrollan un Robonauta, el robot que será el asistente perfecto de los astronautas en el espacio. Allí se definen, además, los detalles del funcionamiento y uso de la nave Orion, el módulo que será clave para ese viaje histórico. Y se entrenan también a hombres y mujeres para que lleguen en la mejor forma posible al momento de abandonar la Tierra.
Todo es historia. Bitácora de vuelo: hora cero, territorio sur de Estados Unidos. Desde el aeropuerto de Houston, en el estado de Texas, hay que recorrer 40 kilómetros para llegar al Lyndon B. Johnson Space Center, la sede histórica de la agencia espacial. Es fácil darse cuenta de que el objetivo está cerca. Después de recorrer dos autopistas, aparece la avenida NASA, con su cartel típico de letras blancas sobre fondo verde. Y en el número 1 de esa gran vía, se tiene contacto con el primer astronauta: una escultura gigante sobre el techo de un local de comidas rápidas. No caben dudas, llegamos. Los cuarteles generales aparecen tras flanquear a un Jumbo 747 que tiene sobre su lomo a una réplica de un transbordador espacial estacionado en un gran parque. La escena le pone clima cinematográfico a la visita. Viva se prepara para el primer puesto de control, una garita marrón –con barrera y guardas de impecable uniforme– que lleva un número apropiado para alimentar más intrigas: 51.
Para decirlo sin vueltas, la NASA es como la imaginan: ordenada, ultraequipada, espaciosa, con medidas de seguridad que sólo podrían existir allí y, sí, con una dosis justa de misterio. ¿Habrá un ET oculto en alguno de sus hangares? Cómo saberlo si únicamente la sede de Houston tiene 1.620 hectáreas (cuatro veces los bosques de Palermo) con decenas de edificios con centros de investigación, construcción y comunicación y es apenas una de las cuatro principales que existen dentro de los Estados Unidos.
El primer edificio a visitar es el número 30, sede del Control Center Christopher C. Kraft Jr., el centro de control que monitorea y supervisa todos los vuelos tripulados estadounidenses. Detrás de una pared vidriada aparece, como detenida en el tiempo, la cabina de control histórica que siguió los pasos de las misiones Apolo, que lograron llegar a la Luna en las décadas del 60 y 70. El estrado del director de la misión, con toda su botonera grisácea contrasta con el legendario teléfono rojo, el de línea directa con el Pentágono.
En ese lugar se celebraron como en un sambódromo los primeros pasos de Neil Armstrong sobre la Luna, el 20 de julio de 1969, y también todos se agarraron la cabeza cuando la Apolo XIII tuvo (graves) problemas en abril de 1970 y se acuñó la frase que hoy es una de lás más repetidas en los souvenires espaciales: “Houston, estamos en problemas”.
Steven Goodwin no ahorra elogios sobre lo apasionante que fueron aquellos días y cuenta que los controles se mantuvieron así porque “había que eternizar esos momentos apasionantes de la historia de la humanidad”.
Al ver los controles originales, una de las primeras imágenes que vienen a la mente, son escenas del filme Apolo XIII. El director de la misión estaba justo allí, con un chaleco blanco de cábala recorriendo esos pasillos estrechos con la cabeza a mil, imaginando una solución que tenía que ser acertada y, sobre todo, rápida.
El Iroman del espacio. Después de ver las huellas históricas y abandonar ese emblemático sector, todo está listo para el próximo destino: el edificio 9. Siguiendo con un infantil, pero oportuno, pensamiento cinematográfico, en escena aparece una especie de Iroman. Cabeza dorada, músculos marcados. Nombre: Robonauta 2. Es el primer robot humanoide que fue diseñado para cumplir tareas en el espacio. Su cabeza de brillo que encandila oculta cuatro cámaras dispuestas de manera tal que su visión es estereoscópica, es decir, en 3D, una ventaja para trabajar, por ejemplo, fuera de una nave espacial. En su boca, tiene otra cámara más: un detalle que le permite observar su campo de acción en profundidad.
En una primera etapa, nos cuentan durante la visita, sólo tuvo brazos y torso, aún así fue probado en la Estación Espacial Internacional, donde cumplió servicios (exitosos) durante tres años. Goodwin remarca que su construcción y desarrollo es una apuesta para los próximos pasos de la exploración espacial. Se refiere a que será vital para los viajes tripulados a Marte. Un robot humanoide es la herramienta ideal para reparar, asistir y hasta controlar algunas de las tareas durante el viaje.
En Houston, Viva pudo observar cómo preparan al Robonauta 2: lo están entrenando con piernas. Se abandonó la idea de únicamente el torso y se le agregaron extremidades inferiores para hacerlo más humanoide aún. Robert O. Ambrose, a cargo de todo lo que se refiere a este robot en el Lyndon B. Johnson Space Center, le contó a Viva que “ahora Robonauta 2 mide dos metros y medio, es verdad que estas nuevas extremidades se ven raras, pero son muy útiles”.
Las piernas tienen siete junturas y pueden adoptar varias posiciones, más de las que son capaces las extremidades humanas. “Tiene cámaras hasta en los pies”, dice Ambrose, y compara los nuevos miembros del humanoide con “patas de mono, pero con ojos”. En Houston no quieren hablar tanto de inversiones y gastos, pero se sabe que sólo las piernas costaron 14 millones de dólares y que 8 de ellos se destinaron a su fabricación. El resto, a los ensayos y preparación para las misiones, es decir, a todo lo que se hace en la sede de Houston.
Otra nave que va. La Orion es la nave que llevará a la primera tripulación humana a Marte. En la sede de Houston, los astronautas cuentan con una réplica exacta para ensayar en ella como si estuvieran en el espacio. La atesoran en el Space Vehicle Mockup Facility, un hangar gigante donde los astronautas pueden experimentar, como en vivo y en directo, la vida en la Estación Espacial Internacional, la conducción de una nave Soyuz o Dragon, o subirse y entrenar en la niña mimada de estos días: la Orion. Es un módulo que homenajea a los que se usaron en la Misión Apolo porque, de afuera, se ve exactamente igual. El diseño se repite porque, más allá del homenaje, dio buenos resultados. El 5 de diciembre del año pasado fue probada con éxito, llegó a los 5.800 kilómetros de altura y luego regresó a Tierra. Fue una prueba superada. En 2030 irá a Marte.
Al agua, astronauta. Para ir al planeta rojo, además de una buena nave y de un robot asistente, se necesita entrenamiento físico, mental y psíquico. En el Lyndon B. Johnson Space Center, el edificio Sonny Carter tiene un Laboratorio de Flotabilidad Neutral. Es una pileta gigante, de 23 millones de litros (la más grande del mundo bajo techo), con réplicas de vehículos espaciales en su interior. Los astronautas trabajan allí para imitar de algún modo las condiciones que enfrentarían en el espacio exterior. Hacer tareas bajo el agua es lo más parecido, en la Tierra, a la gravedad cero.
Goodwin y Moore van cerrando el día. El robonauta hace una pausa en los testeos. La Orion espera su turno. Los astronautas cuelgan los cascos hasta mañana. La NASA develó, tal vez, una millonésima parte de sus secretos y conocimientos. Suficiente para esta misión.
Las puertas de la nave de simulación se abren y, de nuevo en la Tierra, la sonrisa y los datos que comenta nuestro anfitrión Steven Goodwin en el Space Center (una suerte de Disneyworld espacial) son el aperitivo ideal para lo que viene después: una visita a la Agencia Espacial Estadounidense, la verdadera NASA, la del Hombre en la Luna; la del Curiosity, el robot en Marte; la que envía sondas, como la Voyager, a los confines del Sistema Solar. La de tantas fantasías en quienes creen que la exploración espacial es uno de los brazos, tal vez el más fuerte, de la ciencia del siglo XXI.
Viva estuvo en Houston, donde se están preparando y definiendo algunos de los detalles que harán posible el primer viaje tripulado a Marte. En uno de sus edificios, explica la especialista en relaciones públicas Meridyth Moore, desarrollan un Robonauta, el robot que será el asistente perfecto de los astronautas en el espacio. Allí se definen, además, los detalles del funcionamiento y uso de la nave Orion, el módulo que será clave para ese viaje histórico. Y se entrenan también a hombres y mujeres para que lleguen en la mejor forma posible al momento de abandonar la Tierra.
Todo es historia. Bitácora de vuelo: hora cero, territorio sur de Estados Unidos. Desde el aeropuerto de Houston, en el estado de Texas, hay que recorrer 40 kilómetros para llegar al Lyndon B. Johnson Space Center, la sede histórica de la agencia espacial. Es fácil darse cuenta de que el objetivo está cerca. Después de recorrer dos autopistas, aparece la avenida NASA, con su cartel típico de letras blancas sobre fondo verde. Y en el número 1 de esa gran vía, se tiene contacto con el primer astronauta: una escultura gigante sobre el techo de un local de comidas rápidas. No caben dudas, llegamos. Los cuarteles generales aparecen tras flanquear a un Jumbo 747 que tiene sobre su lomo a una réplica de un transbordador espacial estacionado en un gran parque. La escena le pone clima cinematográfico a la visita. Viva se prepara para el primer puesto de control, una garita marrón –con barrera y guardas de impecable uniforme– que lleva un número apropiado para alimentar más intrigas: 51.
Para decirlo sin vueltas, la NASA es como la imaginan: ordenada, ultraequipada, espaciosa, con medidas de seguridad que sólo podrían existir allí y, sí, con una dosis justa de misterio. ¿Habrá un ET oculto en alguno de sus hangares? Cómo saberlo si únicamente la sede de Houston tiene 1.620 hectáreas (cuatro veces los bosques de Palermo) con decenas de edificios con centros de investigación, construcción y comunicación y es apenas una de las cuatro principales que existen dentro de los Estados Unidos.
El primer edificio a visitar es el número 30, sede del Control Center Christopher C. Kraft Jr., el centro de control que monitorea y supervisa todos los vuelos tripulados estadounidenses. Detrás de una pared vidriada aparece, como detenida en el tiempo, la cabina de control histórica que siguió los pasos de las misiones Apolo, que lograron llegar a la Luna en las décadas del 60 y 70. El estrado del director de la misión, con toda su botonera grisácea contrasta con el legendario teléfono rojo, el de línea directa con el Pentágono.
En ese lugar se celebraron como en un sambódromo los primeros pasos de Neil Armstrong sobre la Luna, el 20 de julio de 1969, y también todos se agarraron la cabeza cuando la Apolo XIII tuvo (graves) problemas en abril de 1970 y se acuñó la frase que hoy es una de lás más repetidas en los souvenires espaciales: “Houston, estamos en problemas”.
Steven Goodwin no ahorra elogios sobre lo apasionante que fueron aquellos días y cuenta que los controles se mantuvieron así porque “había que eternizar esos momentos apasionantes de la historia de la humanidad”.
Al ver los controles originales, una de las primeras imágenes que vienen a la mente, son escenas del filme Apolo XIII. El director de la misión estaba justo allí, con un chaleco blanco de cábala recorriendo esos pasillos estrechos con la cabeza a mil, imaginando una solución que tenía que ser acertada y, sobre todo, rápida.
El Iroman del espacio. Después de ver las huellas históricas y abandonar ese emblemático sector, todo está listo para el próximo destino: el edificio 9. Siguiendo con un infantil, pero oportuno, pensamiento cinematográfico, en escena aparece una especie de Iroman. Cabeza dorada, músculos marcados. Nombre: Robonauta 2. Es el primer robot humanoide que fue diseñado para cumplir tareas en el espacio. Su cabeza de brillo que encandila oculta cuatro cámaras dispuestas de manera tal que su visión es estereoscópica, es decir, en 3D, una ventaja para trabajar, por ejemplo, fuera de una nave espacial. En su boca, tiene otra cámara más: un detalle que le permite observar su campo de acción en profundidad.
En una primera etapa, nos cuentan durante la visita, sólo tuvo brazos y torso, aún así fue probado en la Estación Espacial Internacional, donde cumplió servicios (exitosos) durante tres años. Goodwin remarca que su construcción y desarrollo es una apuesta para los próximos pasos de la exploración espacial. Se refiere a que será vital para los viajes tripulados a Marte. Un robot humanoide es la herramienta ideal para reparar, asistir y hasta controlar algunas de las tareas durante el viaje.
En Houston, Viva pudo observar cómo preparan al Robonauta 2: lo están entrenando con piernas. Se abandonó la idea de únicamente el torso y se le agregaron extremidades inferiores para hacerlo más humanoide aún. Robert O. Ambrose, a cargo de todo lo que se refiere a este robot en el Lyndon B. Johnson Space Center, le contó a Viva que “ahora Robonauta 2 mide dos metros y medio, es verdad que estas nuevas extremidades se ven raras, pero son muy útiles”.
Las piernas tienen siete junturas y pueden adoptar varias posiciones, más de las que son capaces las extremidades humanas. “Tiene cámaras hasta en los pies”, dice Ambrose, y compara los nuevos miembros del humanoide con “patas de mono, pero con ojos”. En Houston no quieren hablar tanto de inversiones y gastos, pero se sabe que sólo las piernas costaron 14 millones de dólares y que 8 de ellos se destinaron a su fabricación. El resto, a los ensayos y preparación para las misiones, es decir, a todo lo que se hace en la sede de Houston.
Otra nave que va. La Orion es la nave que llevará a la primera tripulación humana a Marte. En la sede de Houston, los astronautas cuentan con una réplica exacta para ensayar en ella como si estuvieran en el espacio. La atesoran en el Space Vehicle Mockup Facility, un hangar gigante donde los astronautas pueden experimentar, como en vivo y en directo, la vida en la Estación Espacial Internacional, la conducción de una nave Soyuz o Dragon, o subirse y entrenar en la niña mimada de estos días: la Orion. Es un módulo que homenajea a los que se usaron en la Misión Apolo porque, de afuera, se ve exactamente igual. El diseño se repite porque, más allá del homenaje, dio buenos resultados. El 5 de diciembre del año pasado fue probada con éxito, llegó a los 5.800 kilómetros de altura y luego regresó a Tierra. Fue una prueba superada. En 2030 irá a Marte.
Al agua, astronauta. Para ir al planeta rojo, además de una buena nave y de un robot asistente, se necesita entrenamiento físico, mental y psíquico. En el Lyndon B. Johnson Space Center, el edificio Sonny Carter tiene un Laboratorio de Flotabilidad Neutral. Es una pileta gigante, de 23 millones de litros (la más grande del mundo bajo techo), con réplicas de vehículos espaciales en su interior. Los astronautas trabajan allí para imitar de algún modo las condiciones que enfrentarían en el espacio exterior. Hacer tareas bajo el agua es lo más parecido, en la Tierra, a la gravedad cero.
Goodwin y Moore van cerrando el día. El robonauta hace una pausa en los testeos. La Orion espera su turno. Los astronautas cuelgan los cascos hasta mañana. La NASA develó, tal vez, una millonésima parte de sus secretos y conocimientos. Suficiente para esta misión.
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