fuente: pijamasurf.com
En nuestra época, las redes sociales tienen ya una importancia que quizá sus creadores nunca hubieran esperado. Esto se explica, en parte, por la cantidad masiva de usuarios que todos los días y a todas horas interactúan en dichos espacios, consumiendo y generando contenido, vertiendo sus opiniones, dando like y retweet y, en suma, siguiendo las rutas de comportamiento que las propias redes permiten.
Sin embargo, como sucede con toda comunidad humana, existe también otra zona de conducta en donde puede surgir lo imprevisible o lo que no es sencillo de controlar. A pesar de todo, los seres humanos aún conservamos la capacidad de improvisar, de actuar a contracorriente de lo establecido, de realizar un movimiento inesperado. Eso, en cierta forma, es el fundamento de la creatividad, tan celebrada en nuestros días.
Solo que el mundo no es tan puro como a veces creemos, y aunque es cierto que ser creativo es posible, en el caso de las redes sociales las estructuras también están ahí para manejar dicha fuerza, para manipularla: basta un ajuste en las variables, la introducción de un pequeño cambio, para que el sistema también funcione de otra manera. La pregunta, ahí, es si dicho ajuste es circunstancial o planeado, si orgánico (generado por el propio sistema) o resultado de la intervención de un agente específico.
La idea, por supuesto, tiene un toque paranoico, pero hay por lo menos dos momentos recientes, de conocimiento público, en los que Facebook experimentó con sus usuarios para observar cómo cambiaba su conducta al interior de la red social con respecto a dos circunstancias: las emociones y
la política. En general, en ambos casos se trató de ejercicios de observación y aprendizaje, con los que la empresa entendió mejor a sus usuarios o al menos obtuvo un conocimiento más preciso sobre dos escenarios específicos. Hasta ahora, como se sabe, Facebook emplea dicho conocimiento únicamente con fines comerciales, pero sin duda podría ser un motivo de preocupación el poder que la empresa está acumulando cada día y con cada nueva prueba que fácilmente puede poner en marcha.
Este fin de semana, con motivo de la legalización de las uniones civiles entre personas del mismo sexo en Estados Unidos, Facebook implementó la herramienta “Let’s Celebrate Pride”, la cual sobrepone los colores del arcoíris a la imagen de perfil vigente del usuario. Como sabemos, dicha gama está asociada con los movimientos LGBTTTI desde hace ya varias décadas, por lo que realizar el pequeño cambio permitido por Facebook era, de alguna manera, apoyar no solo la decisión de la Suprema Corte de Estados Unidos sino, en general, la reivindicación de los derechos de dicha comunidad.
De acuerdo con William Nevius, vocero de la compañía, bastaron un par de horas para que un millón de personas cambiaran su imagen de perfil con la herramienta, una tendencia que se mantuvo creciente conforme el fin de semana transcurría y el uso de dicha función se divulgaba. La viralización es un comportamiento natural de las redes sociales y, como vemos por este suceso, no solo de contenido, sino también de conductas.
Por los antecedentes mencionados, es lícito sospechar de Facebook. Quizá, en efecto, su empresa comulga con el progresismo de las instituciones públicas de Estados Unidos. Pero la otra posibilidad no puede descartarse, que esta haya sido otra oportunidad aprovechada por la empresa para observar a sus usuarios y obtener conocimiento de ello.
Este fin de semana, en
The Atlantic, J. Nathan Matias escribió al respecto de esta que podría considerarse una especulación o una anticipación. Entre otros argumentos, Matias escribe sobre todo desde la noción del “slacktivism”, esa forma peculiar del activismo político que en español podría traducirse como “activismo de sofá”. En buena medida por causa de Internet, en esta época ciertas formas de la acción política se limitan al mundo virtual, y no son pocas las personas que se conforman o se sienten satisfechas con dar
share a la nota sobre un suceso lamentable o firmar una petición en línea. Esto, por supuesto, genera cierto impacto social, pero en términos generales menor en comparación con el intercambio cara a cara, la organización presencial o la protesta en los espacios públicos. La Primavera Árabe, por ejemplo, no se explica sin el uso que parte de la población dio a las redes sociales, pero de cualquier modo el movimiento definitivo se dio en las movilizaciones, las acampadas y las protestas públicas.
¿Es posible pasar del activismo en línea al activismo en las calles? ¿En qué condiciones? ¿Qué impide dicho tránsito? Si ocurre, ¿hay elementos que pueden predecirlo y quizá incluso incentivarlo o propiciarlo?
En el artículo citado, Matias propone que ese podría ser uno de los motivos de Facebook para lanzar su campaña “Let’s Celebrate Pride”. Al recurrir a una investigación de Doug McAdam, sociólogo de Stanford, sobre una serte de protestas en Mississippi a favor de los derechos civiles de la población afroamericana, Matias examina el hecho de que un movimiento social se fortalece casi espontáneamente conforme se tejen más redes de amistad entre los participantes; dicho de otro modo: una persona puede decidirse por participar en una protesta si ve que muchos de sus amigos están involucrados o se suman paulatinamente.
La hipótesis es interesante y también un tanto perturbadora. En su cariz interesante se manifiesta un enigma de la participación social común en situaciones como esta: ¿una persona se convence de cierta idea porque su círculo ya la comparte o, por otro lado, esa persona ya estaba potencialmente inclinada por la misma?
Del lado perturbador, no resulta tan difícil imaginar un escenario un tanto distópico en el que con un ligero cambio en su algoritmo, Facebook es capaz de suscitar un movimiento social de envergadura, acaso con un fin específico como derrocar un gobierno o impulsar determinada legislación.
Alguna vez, justo en tiempos de la Primavera Árabe, surgió la paráfrasis de un motto ya conocido que aseguraba que la revolución no sería tweeteada. Esto quizá sea impreciso. Quizá no la revolución, pero sí alguna protesta de nuestro futuro inmediato, nacerá en las redes sociales, pero con la salvedad de que su origen posiblemente se encuentre en una oficina común y corriente en California.