fuente: milenio.com
La portada del National Geographic de marzo grita un título sobre una realidad preocupante: the war on science. Enumera cinco temas principales; el cambio climático no existe. La evolución nunca ocurrió. El viaje a la Luna es falso. Las vacunas causan autismo. Los alimentos genéticamente modificados son perversos.
Y estos son sólo unos cuantos de una lista mucho más larga. ¿Por qué es esto? ¿Acaso no vivimos en una era donde predominan ciencia y tecnología y esto nos ha llevado a tener mejores vidas y comprensión de la naturaleza? Esta misma tecnología ha logrado permear el conocimiento por todo el planeta y precisamente ahí está uno de los problemas: la pasmosa e indiscriminada difusión de datos por el internet transporta no sólo ciencia: también ignorancia.
A como lo veo, el asunto se centra en el hecho de que la mayoría de las personas no son capaces de discernir entre lo que es cierto de lo que no lo es y esto por dos razones: falta de educación y cultura general y una ausencia casi total de las herramientas del pensamiento necesarias para cuestionar y analizar la información que les llega. Pero también tienen que luchar contra los demonios internos que venimos cargando desde hace siglos y que por alguna razón no hemos podido erradicar.
Carl Sagan, en su libro El mundo y sus demonios, habla de ellos y advierte sobre los peligros de seguir luchando contra la racionalidad y la ciencia. Si usted cree que estoy tomando las cosas a la ligera, métase al internet y entérese, por ejemplo, de que existe una sociedad que sostiene que la Tierra es plana.
El artículo de la National Geographic menciona una cita de la geóloga Marcia McNutt: “La ciencia no es una recopilación de datos; es un método para decidir si lo que queremos creer posee un fundamento acorde con las leyes de la naturaleza”. Para una gran mayoría que, o ignora estas leyes o decide ignorarlas, no hay manera de convencerlos de que asuman una postura crítica y abandonen la idea de que sus creencias están por encima de las leyes naturales y de que ningún mito, milagro o superstición son capaces de ni de demostrarse ni de representar el funcionamiento real de ningún proceso natural.
En el fondo, preferimos creer una cosa o rechazar otra por lo que significa, no por lo que realmente es. Y también ocurre en sentido contrario: quienes nos identificamos con la comunidad científica confiamos muchas veces en lo que se dice sin revisar la evidencia. Entonces, es un asunto de confianza, no de hechos. La estrategia aquí debería centrarse en convencer a una mayoría de que las verdades develadas por la ciencia y el razonamiento nos son mucho más útiles y trascendentes —aunque quizá no tan reconfortantes— que las predicadas por la religión y la charlatanería. En otras palabras: de nada sirve tener la razón si no la sabes vender.
Y para eso hay que recurrir a esa queridísima y siempre tan eficiente ramera: la mercadotecnia. El mecanismo conjunto entre una educación bien pensada y una mercadotecnia honesta e inteligente puede llegar a cambiar el escenario y modificar la percepción de las cosas. Llegaremos a un futuro donde se le tenga más confianza a la ciencia que a la religión y la superchería, y donde las personas sean capaces de distinguir las falacias y otros vicios del pensamiento. Por lo pronto, tenemos que admitir que tenemos un problema y que, con todo y la gran ciencia que tenemos —como nunca se había visto—, podemos caer en una Edad Oscura.
La portada del National Geographic de marzo grita un título sobre una realidad preocupante: the war on science. Enumera cinco temas principales; el cambio climático no existe. La evolución nunca ocurrió. El viaje a la Luna es falso. Las vacunas causan autismo. Los alimentos genéticamente modificados son perversos.
Y estos son sólo unos cuantos de una lista mucho más larga. ¿Por qué es esto? ¿Acaso no vivimos en una era donde predominan ciencia y tecnología y esto nos ha llevado a tener mejores vidas y comprensión de la naturaleza? Esta misma tecnología ha logrado permear el conocimiento por todo el planeta y precisamente ahí está uno de los problemas: la pasmosa e indiscriminada difusión de datos por el internet transporta no sólo ciencia: también ignorancia.
A como lo veo, el asunto se centra en el hecho de que la mayoría de las personas no son capaces de discernir entre lo que es cierto de lo que no lo es y esto por dos razones: falta de educación y cultura general y una ausencia casi total de las herramientas del pensamiento necesarias para cuestionar y analizar la información que les llega. Pero también tienen que luchar contra los demonios internos que venimos cargando desde hace siglos y que por alguna razón no hemos podido erradicar.
Carl Sagan, en su libro El mundo y sus demonios, habla de ellos y advierte sobre los peligros de seguir luchando contra la racionalidad y la ciencia. Si usted cree que estoy tomando las cosas a la ligera, métase al internet y entérese, por ejemplo, de que existe una sociedad que sostiene que la Tierra es plana.
El artículo de la National Geographic menciona una cita de la geóloga Marcia McNutt: “La ciencia no es una recopilación de datos; es un método para decidir si lo que queremos creer posee un fundamento acorde con las leyes de la naturaleza”. Para una gran mayoría que, o ignora estas leyes o decide ignorarlas, no hay manera de convencerlos de que asuman una postura crítica y abandonen la idea de que sus creencias están por encima de las leyes naturales y de que ningún mito, milagro o superstición son capaces de ni de demostrarse ni de representar el funcionamiento real de ningún proceso natural.
En el fondo, preferimos creer una cosa o rechazar otra por lo que significa, no por lo que realmente es. Y también ocurre en sentido contrario: quienes nos identificamos con la comunidad científica confiamos muchas veces en lo que se dice sin revisar la evidencia. Entonces, es un asunto de confianza, no de hechos. La estrategia aquí debería centrarse en convencer a una mayoría de que las verdades develadas por la ciencia y el razonamiento nos son mucho más útiles y trascendentes —aunque quizá no tan reconfortantes— que las predicadas por la religión y la charlatanería. En otras palabras: de nada sirve tener la razón si no la sabes vender.
Y para eso hay que recurrir a esa queridísima y siempre tan eficiente ramera: la mercadotecnia. El mecanismo conjunto entre una educación bien pensada y una mercadotecnia honesta e inteligente puede llegar a cambiar el escenario y modificar la percepción de las cosas. Llegaremos a un futuro donde se le tenga más confianza a la ciencia que a la religión y la superchería, y donde las personas sean capaces de distinguir las falacias y otros vicios del pensamiento. Por lo pronto, tenemos que admitir que tenemos un problema y que, con todo y la gran ciencia que tenemos —como nunca se había visto—, podemos caer en una Edad Oscura.
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