fuente: http://www.elsiglodedurango.com.mx por Domingo Deras Torres
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Juárez encarnaba a una institu-
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La caravana republicana que li-
deraba el presidente Benito Juá-
rez, y que huía de las tropas de
Napoleón III durante la Segunda
Intervención Francesa en Méxi-
co, hizo su arribo a la hacienda
San Juan de la Noria Pedriceña,
el l5 de septiembre de 1864. Al
héroe de la Reforma lo acompa-
ñaban sus ministros Sebastián
Lerdo de Tejada, Guillermo Prie-
to y José María Iglesias, quienes
eran custodiados por el Batallón
de Guanajuato; el carruaje pre-
sidencial era conducido por su
fiel cochero, Juan Udueta, el mis-
mo que condujo la carroza fúne-
bre con los restos del indio de
Guelatao de Palacio Nacional al
panteón de San Fernando, el 23
de julio de 1872.
Juárez encarnaba a una institu-
ción rep
ublicana errante, aco-
sada, empobrecida, flagelada
por las inclemencias de los ári-
dos desiertos de norte de Méxi-
co, presa de un salvaje calor
que extenuaba a los hombres y
a las bestias integrantes de un
convoy depositario de la digni-
dad nacional. Ese puñado d
e li-
berales venció tales infortunios
con un espíritu de mexicanidad
de hierro, temple que arrancó
energías a la flaqueza y zozobra
que padecieron en su dramática
huída a Paso del Norte (hoy Ciu-
dad Juárez).
San Juan de la Noria Pedri-
ceña, era, por aquellos años, un
diminuto caserío enclavado en
un desolado paraje yermo, ro-
deado de vegetación desértica y
flanqueado por un arroyo por el
que corre agua solamente en
época de lluvias; destacaba a lo
lejos la silueta de su capilla vi-
rreinal construída a fines del si-
glo XVIII, dedicada a San Juan
Bautista. El silencio del inmen-
so paisaje le daba un aspecto
inerte, áspero, ausente de vida.
Sus moradores -familias de
empleados- no llegaban arriba
de cincuenta habitantes, los que
padecían con estoicismo el fre-
cuente ataque de los indios bár-
baros que abundaban en la re-
gión; sus propietarios, la fami-
lia de origen español De la Pe-
driza y de la Hozeja (de su ape-
llido paterno se deriva el nom-
bre del poblado), pasaban la ma-
yor parte del tiempo en la ciu-
dad de Durango en su magnífi-
ca finca de cantera tallada, aún
en pie, ubicada atrás de la cate-
dral (esquina noreste de las ca-
lles Bruno Martínez y Negrete),
sede actual de oficinas de la
UJED.
Guanajuato se alojaron en el in-
terior de la capilla y Juárez y
sus colaboradores en la casa de
la hacienda.
Todos ellos transcurrieron
las horas del día descansando,
comentando los graves aconte-
cimientos políticos que afecta-
ban a la nación, los franceses ya
se encontraban tras ellos en te-
rritorios de Coahuila y Zacate-
cas, no quedaría otra alternati-
va a la falange peregrina que se-
guir huyendo hacia el norte.
Ese mismo día, en Dolores (hoy
Dolores Hidalgo) Guanajuato,
ya se encontraba el emperador
Maximiliano presto a celebrar
el Grito de Independencia, acti-
tud que denotaba un esfuerzo
por conquistar la simpatía de
los mexicanos.
Al caer la noche, los republi-
canos trashumantes cenaron,
acordaron continuar su marcha
al día siguiente hacia la hacien-
da Guadalupe del Sobaco (sus
ruinas aún se aprecian en la en-
trada oriente del poblado Santa
Teresa de la Uña). Ahí planea-
ron pasar el 16 de septiembre y
arribar el 17 a la Villa de Cinco
Señores (hoy Nazas), donde es-
perarían el resultado de la bata-
lla de Majoma (punto adyacente
a la hacienda La Estanzuela al
sur de Cuencamé), la que se ve-
rificó el día 21, donde fueron de-
rrotadas las tropas juaristas de
Jesús González Ortega ante las
imperialistas del coronel fran-
cés Martin.
Juárez y su séquito se despi-
dieron de l
a soldadesca y anfi-
triones, dispusiéronse a re- ti-
rarse a sus habitaciones a dor-
mir. Minutos después, como a
eso de las once de la noche,
Guillermo Prieto escuchó un
alboroto e inmediatamente avi-
só al presidente que ya se en-
contraba acostado, éste le orde-
nó que fuera a indagar el p
or
qué de aquel barullo, podría ser
una insubordinación; Prieto se
apersonó ante la soldadesca y
los inquirió:
-¿Qué es eso muchachos?
¿qué buscan?
-¡Miren, -dijo un militar-
aquí está el güero!
-¡Aiga! -exclamó uno-, ¿pues
qué no sabe en el día en que vive?
-¿Pues qué sucede?
-Que esta noche es la noche
del grito. ¿Qué, nada le dice su
corazón?
-Cierto, hijo, exclamó Prieto
avergonzado de su olvido.
-Noche divina, güero, la no-
che del tata Cura Hidalgo
El ministro poeta regresó a
la casa y avisó al presidente cu-
ál era la razón de aquel grite-
río. Juárez instruyó a sus
acompañantes que volvieran a
vestirse para incorporarse a ese
inesperado festejo, Al presen-
tarse ante el gentío algunas vo-
ces exclamaron:
-¡Arriba el güero!
-Sí, sí, arriba el güero! Que
nos diga algo!...
-¡Arriba, arriba, Guillermo!
-Pero... pero si no tengo na-
da preparado...- constestó el
ministro.
-¿Qué preparación se nece-
sita para decir algo a estas
gentes de buena voluntad?-, le
dijo un miembro del grupo
presidencial.
Prieto se vió así, comprome-
tido, a pronunciar un discurso
improvisado en el que evocó a
los hombres que iniciaron el
movimiento de independencia
de 1810. Habló de los días com-
plicados por los que atravesa-
ba el país ante la invasión fran-
cesa, teniendo como techo un
cielo oscuro recamado de luce-
ros, la luna iluminaba aquella
sabana desértica y delataba a lo
lejos las sombras de cerros y
montañas. La naturaleza obse-
quió a los republicanos itine-
rantes una noche fresca, serena,
agradable para celebrar, junto
con los lugareños, la fiesta cívi-
ca más tradicional de México en
suelo duranguense.
“La patria -concluyó- es sen-
tirnos y haceros dueños, amplios
y grandes con nuestro cielo y
nuestros campos, con nuestras
montañas y nuestros lagos... De-
cir patria es decir amor y sentir
el beso de nuestra madre, las ca-
ricias de nuestros hijos y la luz
del alma de la mujer que dice “te
amo”. Y esa madre sufre y nos
llama para que la liberemos de la
infamia y de los ultrajes de ex-
tranjeros y traidores”. (Episo-
dios Nacionales, autor: Victoria-
no Salado Alvarez. Tomo VII,
págs. 225 y 227, Fondo de Cultura
Económica, 1984).
La concurrencia -que in-
cluía niños, mujeres y ancianos-
vitoreó al orador. Juárez, Lerdo
de Tejada e Iglesias lo felicitaron
con alborozadas frases. Guiller-
mo Prieto sintió un gran bene-
plácito al palpar que aquel pú-
blico se motivó con su discurso;
la música, los cantos y los bailes
nacionales discurrieron alrede-
dor de una campirana fogata.
La fiesta concluyó avanzadas
las horas de la madugada del día
16, inolvidable y culminante
acontecimiento, emanado de un
sentimiento patriótico que está
inscrito en los textos de la histo-
ria de México y Durango”.
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